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Las últimas noticias con las que está sorprendiendo nuestra querida Bogotá al mundo son lamentables. Llenas de dolor y en un contexto que no me equivoco al considerarlas de demoníacas y perversas, son las imágenes del desalojo de la “Calle del Bronx”: un infierno en nuestra ciudad. La conocida como “Olla” por ser el expendio de drogas más grande del país y posiblemente de las más nefastas de Suramérica, nos sorprende por un alto contenido de maldad y de dolor, todo esto a escasos metros del palacio de gobierno colombiano.
Las últimas noticias con las que está sorprendiendo nuestra querida Bogotá al mundo son lamentables. Llenas de dolor y en un contexto que no me equivoco al considerarlas de demoníacas y perversas, son las imágenes del desalojo de la “Calle del Bronx”: un infierno en nuestra ciudad. La conocida como “Olla” por ser el expendio de drogas más grande del país y posiblemente de las más nefastas de Suramérica, nos sorprende por un alto contenido de maldad y de dolor, todo esto a escasos metros del palacio de gobierno colombiano.
Son imágenes cada día más lamentables, llenas de sufrimiento que nos
muestran la cuna de los vicios, la indiferencia, la perversión y el desprecio.
Allí se encuentran los mal llamados “desechables”, que con cuyo nombre no
hacemos otra cosa que ofender al Dios
bueno que nos creó a todos, por igual y que nos ama a todos de la misma manera,
sin importar situación ni condición económica o social.
Yo pase por allí!
Creo que las imágenes que hemos visto nos han conmovido y saturado a
muchos. Nos han movido las fibras más sensibles y nos han llevado a varias
preguntas sin respuesta:
Cómo es posible que pasen esas cosas tan desastrosas en la vida? Cómo es
posible que exista este “infierno”? Cómo es posible que esta realidad, tan
cruda y dolorosa, esté tan cerca de nosotros y no nos demos cuenta?
“Yo estuve en el Bronx” y creo que todos hemos estado tan cerca de este
infierno, como nos lo muestran las imágenes y testimonios, los cuales parecen inconcebibles.
Estamos tan cerca del Bronx como aquel simple descuido que nos puede
aproximar a él. Tan cerca como a un momento de indiferencia frente a los hijos
o de desamor frente a la pareja. Tan cerca como un altercado familiar no
resuelto; tan cerca como un momento de soledad no solucionado; o tan cerca como
una discusión sin fundamento entre familiares que se queda sin sanar. El Bronx
está lleno de éstas historias.
Se está tan cerca del Bronx como la lamentable debilidad con la que se enfrenta
un vicio. Le es muy fácil llegar a ésta “calle de sufrimiento” a aquel “borrachito”
que se toma un trago y se embriaga cada
fin de semana, tratando de encontrar en el licor la solución a sus tristezas,
para simplemente pasarla bueno por el momento.
En una época en
la cual yo ayudaba a dar de comer al “habitante de la calle” con mi amiga Vivi,
participando en una obra hermosa que se llama “El Caldo”, auspiciada por la
Catedral Primada, encontré de cerca el relato cercano de profesionales,
capacitados y muy inteligentes personas que terminaron allí por varias circunstancias no
tan extrañas que pasan en la vida. El Bronx está lleno de personas más del común
y corriente como nosotros, más comunes y más corrientes que uno mismo. Estamos
tan cerca de Él, como quien busca divertirse hasta el último trago de la
fiesta. Nos acercamos al no saber manejar nuestras ataduras, nuestras cadenas,
las que nos ligan incondicionalmente a nuestras debilidades.
Hemos estado tan cerca como cuando en mi época buscábamos rumba y aventura
en la naciente calle 82. Hoy en día parece que El Bronx fuera el lugar de la aventura
y de la fiesta loca, pues hasta allí llegaban colegiales y universitarios en
busca de nuevas experiencias. Qué locura es la que está buscando la humanidad
de hoy?
Estamos tan cerca como aquel piloto de avión que no supo en qué momento su
vuelo se enredó y fue a parar en las pistas del peor de los infiernos, el de la
Plaza España.
Tan cerca como aquel padre que no controla las actividades de su hijo, sus
estudios, sus sueños; en un momento de malos resultados académicos lo descuida
por un momento, suponiendo que todo va muy bien. Solo basta ese descuido, para
que el mal con sus garras y sus tenazas malditas se apodere del presente y el
futuro de cualquier hombre o mujer, sin
distinción de edad ni formación académica.
Tan cerca como aquel holandés, bien presentado que más pareciera salido de
las páginas de una revista de moda, que de una historia de terror y persecución
trágica que nos contó la revista Semana, donde era perseguido por unos “Sayayines”
(ejército privado de las mafias del Bronx) con quienes casi pierde su vida!
A qué hora vino este hombre a forjar una vida como ésta?
Yo estuve en el Bronx! Hace unos tres años estuve allí; llegué hasta la
esquina anterior, sin sospechar ni siquiera que todo lo que allí sucedía era
tan agresivo y tan absurdo. Pero lo peor es que he estado dentro del Bronx
mucho más de lo que yo imaginaba, porque toda esta historia solo trae a mis pensamientos
el que éste Bronx lo vivimos a toda hora. No basta con entrar a las calles
oscuras de la olla más podrida, pues el Bronx no es solo aquel lugar físico,
sino que el Bronx es aquel lugar dentro de nuestros corazones que permitimos abrir cada vez que sentimos odio e indiferencia.
Estamos en el Bronx cada momento que aceptamos obrar sin amor. Al Bronx le
abrimos las puertas y lo volvemos poderoso cada vez que vemos la corrupción personal, cuando nos damos el lujo de no actuar con compasión,
cuando tratamos todo con indiferencia; cada vez que aceptamos actuar con
desolación y tristeza. En ese mismo instante se abren las puertas del Bronx a
cada uno y se quedan abiertas recibiendo nuevos visitantes!
Cuantas cosas atroces y desagradables no haremos en nuestra privacidad y
con ello abrimos las puertas de esa calle del Bronx en nuestras vidas?
Yo estoy en el Bronx cuando mi corazón se deja vencer por la amargura y el
amor propio, cuando se apoderan de mi la Indiferencia, la Vanidad y el Vicio.
Estoy en el Bronx cuando le doy poder a mis vanidades para que me dominen.
Yo estuve en el Bronx, hace unos
años cuando fui a ofrecer unos caldos, como lo mencioné anteriormente, con un
grupo de servidores dirigidos por mi querida amiga Viviana. Estuvimos en la
esquina donde comienza el mundo oscuro y pesado que nos mostraron los
diferentes medios. También han estado allí los maravillosos, adorables y
admirables jóvenes de Effetá a quienes quiero con todo mi corazón. Ellos
asisten generosamente a darle una mano al desprotegido y alimento al necesitado
en las cercanías de la Iglesia de la Capuchina. Están respondiendo con todo el
corazón al llamado de la Misericordia, la Compasión y la Caridad. Sé que ésta
actividad les está haciendo felices y salen de allí llenos del Amor de Dios.
Pero también he estado allí, cada vez que me resisto a actuar con sensatez; cuando le permito actuar a mis ataduras y mis debilidades. Esas cadenas se abren y se
fortalecen cada vez que soy incapaz de mirar a los ojos del necesitado.
Estoy en el Bronx cada vez que acepto y dejo fluir mis pasiones desenfrenadas,
mis odios, mi rabia contra el ser humano. Cada vez que abro las puertas a la
Plaza España dejo vivir en mi una historia triste! Cada vez que me dejo dominar por el desamor, porque allí se encuentran personas del
común, personas como tu y como yo, que no pudieron, en algún momento, sobrellevar
un peso fuerte de la vida y cayeron en la desolación y la tristeza.
El Bronx es más real y más cercano de lo que uno se pueda imaginar. El
Bronx está a la vuelta de la esquina. El Bronx está en el lamento que nunca fue
escuchado o en el abrazo que nunca se dio! En la mirada esquiva que no quiso
ver el dolor del prójimo. En la indiferencia del soberbio.
El Bronx es la expresión del mal, producto de nuestra indiferencia.
El Bronx es parte de nuestras vidas, no lo dejemos abandonado como si fuera
solo una macabra historia.
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